«En este mundo hay dos grandes tragedias. Una es no obtener lo que uno desea y la otra es obtenerlo» Oscar Wilde
Stalker nace a partir del relato Partida de recreo en el campo, de los hermanos Arcadi y Boris Strugatsiki, que escribieron el guión junto con Tarkovski, aunque no aparece acreditado. Como en Solaris (Solyaris, 1972), la ciencia—ficción le sirve al director ruso una vez más como un mero pretexto para indagar en la naturaleza humana mediante el planteamiento de conflictos morales de difícil solución a sus personajes, frágiles e insignificantes humanos, débiles humanos.
Cerca de una pequeña ciudad rusa cayó un meteorito. Desde entonces, la zona ( La Zona ) ha sido acordonada por el ejército prohibiéndose su entrada a toda la población. Existe la creencia de que en La Zona hay una Habitación donde el que entra puede ver hechos realidad todos sus deseos. Los Stalkers o guías se encargan de sortear todos los peligros y conducir hasta La Habitación a aquellos que lo desean.
Stalker es un viaje de ida y vuelta a La Zona, a la Habitación, de tres hombres: El Guía (El Stalker), El Escritor y El Profesor. El Stalker únicamente busca ayudar a los otros, saliendo perjudicado él mismo (los Stalkers tienen hijos mutantes, todo el mundo lo sabe, y su hija no es una excepción). Al final, su sacrificio solo obtendrá a cambio desagradecimiento y desilusión; El Escritor busca la inspiración que ha perdido. Poco a poco se irá dando cuenta de que es posible que si la consigue, si se convierte en un genio, entonces lo que escriba no le servirá para nada, ya que nada podrá demostrarse a sí mismo; Lo que realmente busca El Profesor no se revelará hasta el final. Hasta entonces, los diálogos con sus compañeros dejan intuir que la verdad que busca a través de la ciencia del mismo modo que el Escritor lo hace mediante el arte, es precisamente lo que quiere encontrar en esa Habitación, aunque su verdadero objetivo es bastante distinto.
Pero a su vez Stalker también es un viaje al interior de sus almas, y en lugares tan recónditos a veces se pueden encontrar cosas muy desagradables.
No será un viaje fácil, porque La Zona está llena de trampas, y, como si de un ser vivo se tratase, es capaz de discernir quién puede y quien no puede entrar en ella. El Stalker cree que sólo a los más desgraciados se les permite la entrada en La Habitación. El resto, morirá en el camino. Y aún así, no se asegura que se cumplan los deseos, más bien, no se asegura si se cumplirán los deseos nobles o aquellos que permanecen ocultos en el subconsciente. Eso es lo que le ocurrió a Puercoespín, otro Stalker, que se suicidó cuando se cubrió de riqueza al regresar a la ciudad en lugar de recuperar a su hermano muerto. El Escritor ya sospecha todo esto antes incluso de comenzar el viaje: «Mi consciencia desea la victoria del vegetarianismo en todo el mundo. Mi subconsciencia anhela un pedazo de carne fresca». Después, terminará concluyendo que los únicos dignos de entrar en esa Habitación son las personas bondadosas con tal limpieza en el alma que no tuviesen nada que ocultar, sin un ápice de maldad ni deseos de los que avergonzarse. Pero, ¿Existe alguien así? ¿Hay alguien capaz de creer hasta tal punto en sí mismo como para, sabiendo lo que ha dicho El Escritor, atreverse a pedir algo en esa Habitación?
La trampa más peligrosa de La Zona es, por tanto, la propia naturaleza humana, algo a lo que resulta muy difícil enfrentarse. El Stalker se lamentará al final del viaje de la inutilidad de la misión, de la inutilidad de su trabajo, y lo peor de todo, la inutilidad de su vida, dándose cuenta de que nadie necesita esa Habitación, porque nadie cree, nadie tiene Fe. ¿Tal vez su esposa le salve de ese vacío existencial? ¿Tal vez su hija, como la niña de La palabra (Ordet, Carl T, Dreyer, 1954), sea la única capaz de devolverle al protagonista la Fe en la Humanidad ?
El director de El espejo (Zerkalo, 1975), haciendo gala de su habitual ritmo pausado, se toma su tiempo para irnos contando todas estas cosas, que se van descubriendo con cuentagotas, a medida que avanza el viaje. Primero vemos a los hombres que se reunen, parece que van a un lugar llamado misteriosamente La Zona, pero no sabemos que es lo que van a hacer allí. Pronto veremos las dificultades que tienen para entrar, como a punto están de perder la vida a manos del ejército. Pasados los alambres de espinos, una vez dentro, comenzamos a oir hablar de Puercoespín, el Stalker que se suicidó, de La Habitación, de los deseos e inquietudes de los protagonistas. Poco a poco, se va creando una atmósfera de misterio e incertidumbre en torno a todo lo referente a La Zona y sus peligros, y el espectador se sumerge en el viaje como si fuera el cuarto expedicionario, dispuesto a llegar a esa Habitación cueste lo que cueste. Si se tarda dos horas y media, como si se tarda cinco, no será tiempo perdido.
Como todo el cine de Tarkovski, que en el fondo siempre se ha definido a sí mismo como un poeta, Stalker está plagado de imágenes que permanecerán para siempre en la memoria —que permiten, años después de vista la película, reconocer al instante el trayecto inicial en tren, por ejemplo, al verse reproducido en el televisor del protagonista de Lejano (Uzak, Nuri Bilge Ceylan, 2002)—, pues desprenden una insólita belleza que atrae al espectador, al que no debiera importarle, sino sólo disfrutar con, la longitud de ciertos planos en los que no ocurre nada (para que negarlo), pero lo que esta viendo ha de contemplarse como lo que es, un cuadro, un poema visual, un trozo de realidad esculpida en el tiempo. «La humanidad existe para crear obras de arte. Esto es altruista, a diferencia de otras acciones humanas» dice el Escritor.
Sorprende en Stalker la parte inicial de la película, con una fotografía en color sepia que no llega a ser blanco y negro, pero casi, que convierte a la ciudad en un lugar lúgubre y penoso a ojos del espectador, para transformarse en vivo color al llegar a La Zona, el lugar donde se realizan los sueños. Una Zona plagada de campos verdes, como los que aparecen en otros filmes del director como Solaris, El espejo, Sacrificio (Offret, 1986) o Nosthalgia (id., 1983), logrando así un contraste para nada gratuito, que refleja la diferencia entre ambos lugares: La Zona, que como un animal venenoso, aunque tiene colores llamativos puede ser mortal, y la ciudad, gris, sombría y monótona, un lugar del que muchos quieren escapar. La Habitación es la válvula de escape que todos anhelan.
Como en sus otras películas, Tarkovski introduce fragmentos de conocidas piezas clásicas en algunos momentos clave, subrayando la importancia del instante. En esta ocasión los elegidos son el bolero de Ravel, cuando termina la expedición y el desencanto se apodera de los tres exploradores, y la Novena de Beethoven (el Himno de la Alegría ), en el final de la película, el momento revelador, el momento de la Fe, el momento de creer en la Humanidad. Pero ¿Es la Fe de la niña, esa que dicen que mueve montañas, la que mueve los vasos, o ese movimiento es únicamente una parte más de la mutación adquirida por la hija del Stalker, que adquiere poderes mentales? Como suele decirse, es cuestión de Fe. Que el espectador decida.
Texto tirado da publicación dixital "Miradas de cine" nº 41.
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