30 agosto, 2007

Ingmar Bergman

Muerte de Ingmar Bergman
La soledad, la fe, la maldad
Lisandro Otero para Rebelión
En su apartado retiro de las islas Faro murió, hace pocas horas, el cineasta sueco Ingmar Bergman. En los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, su obra causó un entusiasta fanatismo en su legión de admiradores. Ninguno, como él, había tratado antes las adversidades humanas con tanta profundidad y verismo. Tal parecía haberse consumido en la hoguera de las devociones, en los fundamentalismos de la fe religiosa, en la militancia de los dogmas más sectarios. En realidad fue de una estricta racionalidad al filmar su obra en la que solía dar participación a todo su equipo. Pero su estricta educación luterana le dejó una huella profunda. Su padre era capellán del Rey de Suecia y en su hogar se vivía en una estricta atmósfera de metódica devoción.

Solía escribir sus propios guiones, lo cual a veces le llevaba años de labor, pero a sus actores solamente les daba un esquema de la situación dramática en que se encontraban y los dejaba improvisar en torno a esa coyuntura. Solamente utilizaba al mismo equipo de histriones: Max von Sydow, Bibi Andersson, Liv Ullman, Ingrid Tulin, entre otros, que sabían desenvolverse en esas circunstancias. A su Director de Fotografía, Sven Nykist, le daba algunas indicaciones sobre el clima de la narración, la tensión entre caracteres, la luz ambiental que deseaba y dejaba que con esos pormenores decidiera las condiciones de la imagen. Su uso de la participación ajena enriqueció mucho sus filmes con la suma de inteligencias de su equipo. Siempre situaba a sus protagonistas en condiciones de vulnerabilidad e indefensión, enseñanza que aprendió uno de sus discípulos más fieles, Woody Allen. Sus filmes se desenvuelven en un ambiente atormentado y sombrío en los cuales se debate sobre la muerte, la soledad, la fe y la eterna lucha entre el bien y el mal, en un árido debate metafísico. Entre sus discípulos, aparte de Allen, se contaban el ruso Andrés Tarkovsky y el norteamericano Robert Altmann. Bergman no se sintió atraído hacia el cine, en un inicio; se consideraba un hombre de teatro. Dirigió obras para la escena en Helsingfor, Gotemburgo y Malmo, hasta llegar a la dirección del Real Teatro Dramático de Estocolmo, que ejerció de 1963 al 66. Sus puestas en escena de sus favoritos Strindberg y O´Neill cimentaron su reputación. Pero, desde antes, filmes como “El séptimo sello” de 1956 y “Fresas salvajes” de 1957 le habían atraído la admiración mundial. Además, fue autor de filmes como “La señorita Julia”, “La fuente de la virgen” y “Fanny y Alexander”, que le habían conquistado enaltecimientos y honores. Ganó tres Oscares de Hollywood y la Palma de Oro del Festival de Cannes.

Otra de las causas de su éxito fue la extremada economía de sus filmes. Ninguno de ellos costó más de 400 mil dólares y el promedio de su presupuesto era de 200 mil. Solía decir que en Hollywood estaban obsesionados con la taquilla y que eso era la causa de numerosos yerros y deformaciones, por eso nunca dejo de trabajar en Suecia, pese a su nombradía. Realizó cinco matrimonios en los cuales procreó nueve hijos. Vivió de 1976 al 82 en Munich porque el gobierno sueco lo acusó de evadir impuestos. Luego se mudó a la retirada isla Faro, al sur de Estocolmo, donde vivió el resto de su vida y donde falleció ayer. A Bergman hay que reprobarle su reclusión en la intimidad humana en tiempos de grandes conflictos, que ignoró. En Inglaterra practicaban el “free cinema” y en Francia la “nouvelle vague” pero todos trataban de expresar lo mismo, el fastidio de una Europa que había sido sacrificada en el juego de las grandes potencias y estaba harta de ser empleada como chivo expiatorio de las ideologías. El cine italiano de aquellos años se caracterizó, con el neorrealismo, por el uso de la crónica para exponer la cotidianidad y sus contrariedades, de la utilización del arsenal político para denunciar los desajustes sociales. La expresión de esos años va desde “La tierra tiembla”, de Visconti hasta “La dolce vita” de Fellini.

En el curso de la década del cincuenta, e inicios de los sesenta, se produjeron la reconstrucción europea, la explosión urbana, el decrecimiento del campesinado, la construcción de una nueva izquierda. Fue el tiempo de la agresividad macartista en Estados Unidos contra los liberales y del deshielo tras la muerte de Stalin en la Unión Soviética. Ocurrieron la guerra en Corea y el conflicto del canal de Suez, la insurrección de Budapest, la guerra colonial de los franceses en Argelia, el comienzo de la reivindicación de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos con la crisis en Little Rock, la Revolución cubana, la erección del Muro de Berlín y el asesinato de John Kennedy. Fue una época rica en acontecimientos que definieron el carácter del pasado siglo veinte. Nada de ello puede percibirse en los filmes de Bergman

1 comentario:

Anónimo dijo...

En nombre de los ignorantes, gracias por el ciclo. En nombre de los imbéciles que prefieren ver a Aida que a Bergman, gracia por el ciclo. En nombre de los pobres de espíritu que se morirán sin conocer el inmenso placer que supone contemplar unha obra maestra como "Vergüenza", gracias por el ciclo. En nombre de los estúpidos futboleros que tienen el corazón tan vacío como un balón, gracias por el ciclo. En nombre de los analfabetos con carrera, gracia por el ciclo. En nombre de esa abominable clase medía que cada puente o vacación consiguen volverse masa de "millones de desplazamientos" hacia su propio vacio y no se desplazan tres calles para ver "Gritos y Susurros", gracias por el ciclo. En su chabacano hastío tiene su penitencia.
Gracias por ese ciclo casi completo que ha organizado el cine club Utopía Cinema.